Cada año, el equipo de Mugaritz se dedica a crear una propuesta gastronómica única, completamente diferente a la de la temporada anterior, lo que les obliga a trabajar en total privacidad y a dejar de lado cualquier convencionalismo. Este proceso implica un acto de renovación constante, en el que se despojan de todo lo logrado previamente para volver a empezar desde cero. Así, cada nueva temporada se convierte en una especie de salto al vacío, un reto lleno de incertidumbres, donde cada decisión es una pregunta abierta. Es un desafío creativo que Mugaritz no solo enfrenta internamente, sino que también invita a sus comensales a compartirlo. Los visitantes del restaurante son partícipes de este viaje, siendo llamados a abrir su mente, experimentar y sumergirse en nuevas sensaciones, más allá de simplemente degustar los platos. La propuesta no solo es un festín para el paladar, sino también un ejercicio para expandir horizontes y explorar el mundo de la gastronomía de una manera profundamente reflexiva y transformadora.